sábado, 27 de marzo de 2010

"El colapso eléctrico", por Joaquim Sempere

Nuestros compañeros de la Plataforma contra la línea Sama-Velilla nos han dado a conocer de nuevo un interesantísimo artículo, en este caso de Joaquim Sempere, profesor de Teoría Sociológica y Sociología Medioambiental de la Universidad de Barcelona, que aparece publicado en http://blogs.publico.es/dominiopublico/1917/el-colapso-electrico/ y que, por su interés, recogemos íntegramente a continuación.

Els nostres companys de la Plataforma contra la línia Sama-Velilla ens han donat a conèixer novament un interessant article, en aquest cas de Joaquim Sempere, professor de Teoria Sociològica i Sociologia Mediambiental de la Universitat de Barcelona, que apareix publicat en http://blogs.publico.es/dominiopublico/1917/el-colapso-electrico/ i que, pel seu interès, recollim íntegrament a continuació.


EL COLAPSO ELÉCTRICO

La situación creada en varias comarcas gerundenses por el apagón de una semana provocado por la nevada del 8 de marzo, que afectó a 200.000 personas, invita a la reflexión. La visión de 33 torres eléctricas rotas como frágiles cañas estremece. Lo tendrán difícil las compañías eléctricas implicadas (Endesa y Red Eléctrica Española) para esquivar su responsabilidad. ¿Acaso la obsesión por reducir costes para aumentar los beneficios ha llevado a instalar torres de pacotilla y no invertir en su mantenimiento? Las investigaciones deberán aclarar este punto. También las administraciones públicas deberán explicar si sus normas sobre líneas eléctricas se han cumplido y, en caso afirmativo, asumir la responsabilidad por unas normativas tal vez inadecuadas.

Habrá que decidir dónde termina la “fuerza mayor” y empieza la negligencia humana. El Gobierno deberá imponer a las eléctricas la exigencia de hacer frente a sus responsabilidades. Y si no pueden, esperemos que no se repita el bochornoso espectáculo de rescatar con dinero público unas empresas privadas (entonces fueron bancos) para dejarlas luego en libertad para seguir funcionando como antes. ¿Será capaz el Gobierno catalán de hacerlo, cuando resulta que el director general de Energía es Agustí Maure, antiguo alto directivo de Red Eléctrica? ¿O cuando el presidente Montilla defiende la tesis de Endesa de que si la proyectada línea de muy alta tensión (MAT) hubiera estado instalada, los daños habrían sido menores?
En este caso, el problema no ha sido de suministro sino de distribución, y las redes que han fallado son las de media y baja tensión, las que llegan hasta los consumidores finales. La existencia de la MAT, por tanto, no habría servido de nada. Es más, en la polémica en torno a la MAT, los alcaldes que se oponen a ella aceptarían, si acaso, su soterramiento, que sería más caro pero más seguro ante tormentas como esta última u otras eventualidades meteorológicas. Y viendo lo ocurrido, con reparaciones y compensaciones millonarias a la vista, parece que habrá que rehacer los cálculos, y la opción de línea soterrada saldrá reforzada.
Pero el caos provocado por el apagón tiene otras facetas. La historia de las redes eléctricas centralizadas está punteada de apagones, algunos monumentales, como el de 2003 en el noreste de Estados Unidos y Ontario, que dejó sin luz a 50 millones de personas, o el de 2006, que afectó a gran parte de Europa occidental. Por esto hace años que se investiga y experimenta en modelos descentralizados de suministro eléctrico.
En 2006, la Dirección General de Investigación de la Comisión Europea publicaba un opúsculo (que se puede consultar en http://europa.eu.int/comm/research/rtdinfo) sobre las “redes inteligentes” (smart grids) que señala la conveniencia de pasar de las redes centralizadas aún imperantes a redes descentralizadas. La idea está muy elaborada. Implica redes en telaraña, como Internet, donde la electricidad se inyecta desde muchos nodos, lo cual implica no sólo centrales grandes, sino también pequeñas, y multitud de instalaciones fotovoltaicas y otras instalaciones domésticas de generación eléctrica en casas particulares y otros edificios. También prevé múltiples focos descentralizados de almacenamiento de electricidad. Una red así no sólo dispersa la generación eléctrica por el territorio, sino que aproxima producción y consumo, reduciendo las pérdidas por transporte. Se basa no en tres o cuatro, sino en miles de productores. Una red de este tipo es mucho menos vulnerable a desastres como el acaecido en Catalunya.
Este sistema es el futuro y su viabilidad aumenta a medida que se introducen innovaciones como la que Volkswagen ya comercializa en Alemania: instalaciones domésticas de calefacción con gas natural que, por cogeneración, aprovechan el calor sobrante para producir electricidad e inyectarla a la red. En Hoogkerk (Holanda) funciona ya una “red inteligente” que agrupa 25 hogares. Ya hoy la fotovoltaica y la eólica tienen una viabilidad probada para avanzar hacia este modelo.
Por otra parte, si los edificios de la zona afectada hubieran dispuesto de captadores solares térmicos, no se habrían quedado sin agua caliente, y si no hubiera tantas cocinas y calefacciones eléctricas, el colapso habría sido menor. Dependemos demasiado de la electricidad. Las autoridades públicas tienen la responsabilidad de adoptar criterios de diversificación energética y de promover las energías renovables y un cambio urgente hacia sistemas descentralizados. ¿Servirá para ello el plan Zapatero de “economía sostenible”? Sospecho que se va a quedar corto tanto por falta de inversiones como por falta de ideas.
Esperemos que, una vez superados los efectos del colapso vivido, los responsables políticos, en vez de empecinarse en proyectos como la MAT, se tomen en serio la adopción de un modelo energético descentralizado basado en energías limpias y renovables. Es una asignatura pendiente para luchar contra el cambio climático. Hoy, además, es una condición para dormir tranquilos y evitar catástrofes como la del noreste de Catalunya. Una situación tan dramática debiera ser un revulsivo tanto para los gobiernos como para la ciudadanía. No aprovecharla para dar un salto adelante sería una lástima.



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